jueves, 6 de agosto de 2009

Reflexiones murcianas

Como todo el mundo sabe, la costa del sureste de la Península Ibérica adolece de un clima subdesértico, esto es, precipitaciones por debajo de los 350 litros por metro cuadrado anuales y temperatura media del mes más frío superior a los 6º C (clasificación de J.L. Allué, 1966). Como consecuencia, se configura un paisaje austero, áspero, donde predominan los matorrales rastreros y con frecuencia espinosos y algunas herbáceas altas como el esparto. En las mejores localizaciones se pueden encontrar esporádicamente palmitos y pinos carrascos, y sólo en las mejores umbrías pueden encontrarse algunas matas de encina, incluso formando masa; en las ramblas menudean la caña, los tarays y las adelfas, pechando tanto con la sequedad habitual del cauce como con las inesperadas y furiosas riadas.
El paisaje no es precisamente idílico, y no es apreciado por el visitante en general, que lo que busca es calor y playa, y a fe que lo encuentra. Poca gente sabe encontrarle el gusto a tan reseco solar, y sin embargo contiene mil ejemplos de supervivencia, mil diminutas y vistosas flores, mil auténticos monumentos de pura geología al descubierto. Y unos pocos y valiosísimos oasis que al contrastar con el entorno se convierten en parajes aún más deliciosos (mi preferido: la Fuente del Cañar). Aquí y allá, la casa de algún paisano, con su higuerica y sus palmeras, te hace admirar la frugalidad y austeridad del ser humano cuando hay necesidad. Lo cual te reconcilia con algo que no sé muy bien qué es.

Bien, por desgracia, esto es muy poco valorado incluso por el elemento autóctono murciano, cuyo afán por no utilizar los vertederos legales ni los "ecoparques móviles", supongo que en aras de un cierto ahorro, les lleva a utilizar en general sus laderas, barrancos y ramblas en sitios lamentables y asquerosos. Creo que no hay rambla murciana sin su montón de escombros, neveras tiradas y otras muchas más cosas y más desagradables; y me temo que las playas estarían todas así de no mediar los servicios municipales de limpieza; de hecho, muchas, las alejadas de cascos urbanos, están así. Lo de las playas sí puede ser achacable al turismo, pero no todo; pero el turista lo que digo yo que no hará es llevarse su nevera vieja desde, pongamos, Vega de Mor (León) hasta Murcia pa darse el gusto de tirarla en una rambla. Vamos, me se ocurre a mi. Aunque hay gente pa .

Y eso que el murciano, en su trato con el forastero, a mi me parece francamente atento y amable, que da gusto entrar en un bar (lejos de la autopista mejor) o en un pequeño comercio, y que te sirvan con tanta sonrisa y esmerándose en hacer que entiendas (que ya tié mérito) su cerrado panocho. Y de los precios, ni hablamos; yo no sé qué coño se han creído aquí en Madrid.

Bien, pues en este sabroso entorno se inició la recuperación del hombro de la Tía Nutria, que durante quince días se alojó con Fósilman en un barrio hiper tranquilo de Bolnuevo, pedanía de Mazarrón. El horario habitual era el siguiente:

8:00 - Se despierta Nutria. Lectura sosegada de El Jueves y La Verdad de Cartagena (imprescindible el Tío Pencho)
9:30 - Amanece Fósilman. Largo desayuno alternado con ligeros trabajos domésticos y conversaciones con los simpáticos gatos gorrones del vecindario.
10:30 - Salida hacia la playa (o costa ad hoc). Por cierto, siendo esta hora variable entre las 10:00 y las 11:00, en la obra de dos calles más allá siempre era la hora del bocata. En el camino hacia la playa seleccionada (entre las comprendidas entre La Azohía, Cartagena, y Los Cocedores, Pulpí -sí, nos gusta movernos-) cae un cafelito de máquina.

12:00 - 13:30: aletas, tuba y gafas. A ver qué se ve por los fondos marinos. En general satisfactorio, aunque este año se ven pocos moluscos y muchas esponjas.
13:30 - ¿¿¿cóóómoooo??? ¿Tirarse en la arena a descansar y leer? ¿Tomar algo en el chiringuito? ¡¡¡Nunca!!! En general, Fósilman no aguanta más de 7 minutos de inactividad en la playa. Y ya hemos registrado los arrecifes. Por tanto, el ínclito se pone su mochila con su martillito marca Bellota y su gorro de Juan Valdés, y se marcha a comulgar con la geología del lugar. Y la Nutria, que está hasta el gorro del único camino medio agradable de correr de Bolnuevo y que no siempre va a poder aprovechar una hora más decente... se calza las zapas de correr y tira por algún camino de tierra de las zonas agrícolas colindantes. Con los treinta y tantos grados y el 80 % de humedad. Tócate las narices. Afortunadamente, por el desierto o entre los cultivos bajo plástico de turno no hay ni escorpiones con cantimplora; pero a veces, bajo alguna higuera hay alguien sentado que me mira pensando lo gilipollas que son estos guiris. Ya lo sé.

15:00 - Nutria regresa, se cae al mar (a eso no se puede llamar bañarse ni refrescarse ni nada digno) y se aprieta medio litro de cerveza sin alcohol con limón en el chiringuito (si lo hay, y si no, se tira de la botella de agua que sacamos del congelador por la mañana).
15:30 - Fósilman regresa con la mochila rellena de fósiles y minerales y a veces, una sandía recogida en un campo abandonado; unos diez kg (lo malo es que no tiene muy buen ojo para las sandías). Ahora sí se admite una rápida cerveza en el chiringuito.
¿Comida? Pérdidas de tiempo las justas. Como no me haya preocupado de echarme un tupper con algo a la mochila, me tocan barritas; más de quince minutos en un bar convierten a Fósilman en psicópata asesino.

Aún así, adoro a Fósilman.

16:30 - Compra. Imprescindible alcaparrones y tallos, que yo no sé apreciar pero para mi churri son un manjar exquisito.
18:00 - Domicilio. Ducha y endulzado de material acuático. Descansito y lectura. Fósilman clasifica piedras. Alimentación de gatos gorrones.

20:00 - Fósilman hace la cena. Nutria hace su pack básico (abdominales + isométricos + estiramientos) mientras se deleita con Pasapalabra.
21:00 - Cena y tele.
21:30 - Sofá y tele cogidos de la manita. Comienza la lucha de los párpados contra la gravedad.
22:30 - Nutria y Fósilman Los Marchosos se retiran a sus aposentos a dormir como ceporros.

Variaciones: los fines de semana, que la playa se pone a tope, hay dos planes alternativos: el urbano, que suele consistir en ir a Lorca, Cartagena o similar y verse algún museo (merece la pena) o atizarse una marcha por el interior pasando grandes fatigas y calores, por ejemplo, husmeando una mina abandonada o pateándose una rambla. Normalmente Fósilman me retorcería el pescuezo en esas ocasiones, sobre todo si hay cuesta, pero suele estar en exceso agotado y eso me salva el pellejo. Pero que conste que suele ser por un entorno natural privilegiado (es decir, a mi modo de ver - coño, quien quiera frescor y vegetación que veranee en Asturias, joder).