sábado, 10 de enero de 2009

Días de miseria en bici

...y eso que salí sola...



Viernes 9 de enero: Nutria, como puede, abandona a mediodía Madrid, que parece a punto de ser aplastada bajo el peso de la nieve. Sorprendentemente, al ir subiendo hacia la Sierra Noroeste, la nieve va desapareciendo, por lo que Nutria, que optimistamente ha echado la MTB al coche, decide airearla.



15:20: salida desde el polideportivo El Zaburdón. Enfilo hacia la Villa (El Escorial de abajo) y empiezo a sentir en mis carnes la mordedura del frío (unos 0º C). Atravieso el pueblo, y enfilo el primer camino, con alguna cuesta arriba que se va agradeciendo, por aquello del calor. 15:40: en un repecho pavimentado por multitud de cantos tamaño kiwi, varios tamaño naranja gorda y uno tamaño melón, Nutria se calza la primera hostia. Sin mayores consecuencias, salvo algún gruñido. Sigamos. Enfilo el camino del Chicharrón, subo la cuesta del Chicharrón con la buena fortuna de que me entra el piñón paellera sin problemas, aunque la patata se pone como loca. El tramo chungo de la calzada romana se sube a pie y empujando la bici, como siempre, para qué nos vamos a engañar. Bien, así se mantiene el calorcito.

15:58: enfilo la zona de las lajas de piedra. Por precaución, saco el pie derecho de la cala. Cambio al piñón paellera... y a tomar por saco, se sale la cadena, y nutria cae, por supuesto, del lado izquierdo, solidariamente con la bici. Aterrizan, por este orden:


  1. La mano izquierda

  2. La cacha izquierda (hoy morada)

  3. Las asaduras junto con el teléfono móvil

Mi primera preocupación es si habrá cascado el móvil. También de pequeña, cuando me pegaba un hostión en el patio del colegio, mi primera preocupación era si se me habrían visto las bragas o no. Decidme, ¿la naturaleza humana es asín, o sólo yo soy tan gilipollas? (no temáis herirme, hay cosas que voy asumiendo). Tampoco me paro a muchas comprobaciones, que hace rasca. Pero ya no uso tanto la parte automática del pedal.

El segundo tramo de calzada se supera con éxito. Empieza a neviscar levemente. Para no meterme por la parte de las piedras resbaladizas, atajo hacia el camino de arriba. Resultado: a las 16:02 me atizo la tercera hostia por no haber tenido tiempo de sacar el pie de la cala. Sin más consecuencias que una cierta psicosis: me paso los siguientes kilómetros debatiéndome entre el deseo de enganchar el pedal para progresar como Dios manda y el temor a pillar otro repecho cabrón y esta vez ya esnafrarme total. Qué vida esta. ¿Recuerdas, Nutria, cuando no conocías el pedal automático y eras feliz?

Llegada a Zarzalejo sin mayores consecuencias que un frío bestial. Empieza a nevar decididamente y Nutria se inquieta. El camino se va cubriendo y eso mosquea. Enfilo de nuevo hacia San Lorenzo por los Ermitaños de Arriba. Un amable paseante (o el ganadero) me abre la cancela y así no he de desmontar. Cobardemente, por la zona pedregosa desmonto directamente, lo confieso. Llego a la Silla de Felipe II, y tiro por la carreterilla cerrada hacia la Cruz Verde; sin novedad, pero el asfalto ya tiene algo de nieve, y no se sabe si habrá placas de hielo. Lo malo es que como voy más rápido, los dedillos empiezan decididamente a congelarse. Ya casi no puedo cambiar, los pulgares están sin fuerza. Chungo.

Tras un tramo corto por la general, atravieso por el Batán, donde, como por ahí sigue sin nevar, el asfalto está limpio y pillo todavía más frío. Atroz. Y al salir de nuevo a la carretera, me pasan cuatro cosas:

  1. Me duelen los dedos espantosamente
  2. La cuesta arriba es horrorosa, incluso para mi plato pequeño, y no tengo fuerza en la mano para meter el piñón paellera. Por lo demás, pasan muchos coches y no es cuestión ni de caerse ni de pararse (no hay arcén).
  3. No consigo enganchar las zapas en las calas, y voy pedaleando de putita pena horriblemente incómoda
  4. La patata se me va a salir de la caja

Resultado: 17:10 alcanzo el arranque de El Horizontal, me bajo de la bici, y debido a todo ello pero sobre todo al intenso dolor de dedos al irse calentando... la inclíta Nutria desmonta, se retuerce y, sí amigos, opta por llorar a voz en cuello. Como lo leéis. Es lo mejor de salir sola: te lo puedes permitir. Creo que la última vez que lo hice fue cuando me partí la cabeza del radio. ¡Caramba, que coincidencia! ¡También iba con la MTB y estrenaba pedales automáticos! Recuerdo que cuando era pequeña me iba el rollito duro a lo John Wayne, y tal, llorar es de nenas, y no se qué puñetas; a lo largo del tiempo se ve que me he ido despojando de ese pesado lastre de la dignidad. Eso sí, parece que tengo una semipatológica relación de amor-odio con la bici de montaña que me voy a tener que hacer mirar.

Cuando se me pasa el atroz dolor de dedos, prosigo subiendo para llegar al Horizontal con gran acojone, (y de hecho en otra ocasión tengo que apoyar el pie en tierra) y por la parte llana, recuerdo haber pensado que en verano no parecía haber tantas jodías raíces, piedras sueltas, piedras agarradas, etc. Ya prácticamente desmonto a la mínima. Cuando alcanzo el casco urbano, los dedos se me han vuelto a congelar, y no cambia el plato ya ni San Veda el Venerable; al intentarlo, consigo que se me enganche la cadena, y al pie de la presa de Felipe II, a desmontar y desfacer el entuerto. Para ello, antes tengo que introducir las manos debajo de la ropa.

Bajada al Zaburdón con lo que sea de corbata, el asfalto se ve mojado y está helando; además, cuanto más rápido bajo, más me congelo. Por fin, 17:52, alcanzo el polideportivo; otro rato de manitas bajo la ropilla, para poder sacar las llaves del coche y meter la bici, entre la tiritona. Me cambio en el vestuario, que, loado sea Jehová excelso, tiene calefacción por suelo radiante, lo que me permite descalzarme y recuperar la sensibilidad en los pies (ni cubrebotas de 4 mm de neopreno ni Cristo que los fundó) y sentarme encima de las manos, ante la mirada inquisitiva de los niños de cinco años que van a clase de natación (bueno, menos del que lloraba porque no quería ir a la piscina). Café calentito, guardar la bici en la Osera, y pa casa, donde llegué con hipotermia, para combatir la cual, puse la calefacción a tope, me calcé el forro polar, un buff seco, el gorro de lana, la manta électrica, la manta de viaje y dos gatos encima. Como en la tele no daban más que imágenes de la ola de frío o reportajes de pingüinos y osos polares, y todo en ese plan (coñe, para una vez que no están dando el cruce del Masai Mara por los ñus, y los cocodrilos poniéndose cardiacos de cebras), mi organismo se apiadó de mi y me permitió perder la consciencia.

Juro por mi santo patrón que prefiero seguir a un montón de junior del TriTalavera en un pique por los Montes de Toledo. Y esto es lo que tenía que contar.

jueves, 1 de enero de 2009

Días de gloria en la bici

Pues no, no se trata de que haya cosechado ningún éxito, y menos glorioso, en la bici. Vamos, lo que se suele considerar así. De hecho en la bici soy un importantísimo paquete (bueno, salvo a la hora de bajar, que mis cubiertas lisas y el tonelaje que desplazo, unido a una mollera un poco lábil, me ponen abajo en un momentito).

Para mi los días de gloria en la bici son esos días soleados en que saco la bici del maletero del coche y enfilo, yo solita, alguna de esas carreteras solitarias de las zonas menos turísticas de la Sierra de Guadarrama y conexas. La verdad es que siempre el ínclito Portsea pone deberes: tanto tiempo, cadencia fácil, incluye no sé cuántas cuestas a no sé que ritmo con la bajada y hasta no sé cuantos minutos de recuperación, pedaleo con un pie... Lo confieso: ni caso. Sólo a lo del tiempo total, y eso cuando puedo, o cuando no me apetece un poquito más. Qué desastre.

Pero veamos, y teniendo en cuenta que apenas se montar en bici (grandes logros de mi vida ciclista, aparte de no llevar ruedines: montar de pie y haber conseguido beber en marcha. Incluso ya aveces puedo quitar un poco también la mano derecha del manillar), ¿cómo voy a hacer todo eso en ruta? Si me toca una cuestona arriba, por muy despacio que la suba, las pulsaciones a mil, ¿cómo voy a subirla al ritmo prescrito? ¿Y si dura más de los minutos marcados? Y no, no soy capaz de ceñirme a un circuito conocido al que dar vueltas: ¿y la maravillosa libertad que te proporciona la bici? Si yo empecé a correr fondo por llegar siempre un poco más allá y ver qué había, por explorar, ¿cómo voy ahora a renunciar al nuevo radio de acción que me proporciona el cacharro? Tal vez no mejoraré mucho, pero no puedo pasar sin esos paisajes, esas subidas y bajadas, esos nuevos descubrimientos... incluso cuando a veces me equivoco y pillo un tramo feo o con mucho tráfico... Si ahora, cuando viajo en coche por tierras solitarias (y lo hago con bastante frecuencia) siempre voy pensando "cómo molaría ir por aquí con la bici".

Sí, me temo que es en solitario. Tampoco así mejoraré mucho. Disfruto mucho cuando voy en compañía, pero sobre todo de la charleta inicial y de las cañas posteriores. Entre medias, son más bien días de miseria que de gloria, pues salvo grandes grupetas, lo normal es que vaya con la lengua colgando varios cientos de metros por detrás. Pero cuando voy sola, aunque tal vez me relaje un tanto (pero no en la medida en que algún lector malicioso pueda sospechar), voy, aunque esté echando el bofe, con la tranquilidad de que no estoy retrasando a ningún grupo. Y eso también me hace sentir en la gloria, aunque sea a 170 p.p.m.