viernes, 29 de mayo de 2009

Relato de los hechos I - Half Challenge

Una de las ventajas de las pruebas que se celebran en el Levante peninsular es que aunque te das el madrugón, más o menos clarea, si es que no ha amanecido, para cuando sales del hotel. Y así era, cuando Carlos y yo salimos camino de boxes, con el desayuno sin digerir (apuramos un tanto la hora de levantarnos) y nos sumamos al creciente reguero de valientes triatletas y esforzados y sufridores acompañantes que arrastraban sus bolsas con la ropa de calle por Calella.

Prácticamente no vi a nadie conocido por el camino... y una vez que me separé de Carlos y me dirigí hacia los cajones de salida, menos. Me acordé en el último momento de ponerme el neopreno antes de salir a la playa; supongo que ponérselo con los pies llenos de tierra debe ser una refinadísima tortura, como forrarlo de papel de lija. Eso sí, me dejé el gorro tirado por ahí y tuve que ir a rescatarlo con grandes nervios.

Tras vagar un rato por la zona de salida como una gallina mojada, por fin oigo la voz de Javi, y poco a poco nos vamos juntando en nuestro cajón varios: Gemilla, Dubri (¿qué haces en este cajón?), Zubi (otro que tal)... y conocemos un chico vasco que se llama Jon y ha venido solito y entre todos hacemos unas risas. Unas risas nerviosas.

Van dando las salidas. Policías, bomberos, gorros verdes, gorros azules... y nosotros. No le apresuro, el objetivo sólo es acabar. El mar tiene olas grandes, pero en esta primera recta lo que molesta es el gentío. La primera boya está muy cerca, así que me abro un poco, que todavía hay mucha peña junta. Al virar las olas vienen de lado, pero eso no me molesta mucho, la verdad; lo joío es que ni se ven las boyas siguientes ni hay una maldita referencia, así que tienes que fiarte de los pies del de alante. Y casualmente el que llevo delante casi todo este largo tiene una extraña estrategia: pegar un acelerón a crol y sobrepasarme para luego ponerse a braza y patear peligrosamente cerca de mi picaporte facial, que ofrece, lo sé, un blanco fácil. Lo cual que yo, que normalmente dedico el segmento de natación al disfrute, estoy deseando que se acabe. Y aunque al virar en la siguiente boya pierdo al figura susodicho y las olas vienen a favor, la cosa no mejora porque el despiste aumenta: hay gente que está tirando en línea recta al arco de llegada de la playa y gente que deriva más a babor. Me uno a estos últimos, recordando como era el plano de la natación, y aunque zigzagueo, hago lo correcto; parece ser que descalificaron a gente que acortó, pero me pregunto cómo, si no llevábamos ni un maldito número en el gorro ni el cuerpo.

En la transición, que realizo con limpieza, sin prisa pero sin pausa, encuentro a Jesús, que había salido con los gorros verdes, y extrañada, le pregunto que hace aún allí. Parece que ha dado más vueltas que un trompo en la natación. Voy a mi bici, la empujo, monto, compruebo que no he pinchado (siempre me asalta esa paranoia en los primeros metros) y reanudo, intentando refrenarme, que aún queda mucho. Me adelanta enseguida Jesús, luego fllana, luego Seza (me cuesta entender su nombre, estoy espesa). Enfilo con tranquilidad la N-II, el viento ayuda, voy disfrutando... Incluso veo a uno de Protección Civil apretándose un bocata y le grito, "que aproveche", y el otro levanta el brazo y saluda...

Ahora abandonamos la N-II hacia el interior, y empezamos a cruzarnos con los que van de vuelta a ella... ¡Dios, qué pelotones! Según adelanto a una chica, la oigo que va gruñendo: I thougth it was supposed to be a non drafting race! Le manifiesto mi acuerdo, I can believe it! y sigue diciendo algo, pero ya no la oigo, llega el primer avituallamiento, y con esa discreción que me caracteriza advierto de mi extrema torpeza... no obstante la cual, ¡consigo por primera vez coger un avituallamiento en bici con la mano derecha! "Soy una monstruuuuaaaaa" grito para regocijo de las gentes. Así diluyo un poco el isotónico que había ido bebiendo de uno de mis bidones.

Subimos algo más. Yo adelanto a algunas chicas, a mi me adelantan chicos, entre ellos algunos aguaverdianos. Al sobrepasar la rotonda del fondo para empezar el retorno a la N-II hay otro avituallamiento, que también realizo con éxito, "qué gran ciclista soy"... Me adelanta Zubi, que lo ha pasado regular en la natación, charlamos unos segundos. Saco una barrita (vaya por Dios, tenía que haber entreabierto previamente el envoltorio) y le voy dando mordisquillos. La vuelvo a guardar, no me apetece mucho, pero voy bien. Voy a dejarme caer un poco más, que esto es cuesta abajo. Viene una curva de 90º, nada que no coja todos los días, si acaso me tumbo un poco... he entrado demasiado fuerte... freno... voy a invadir el carril contrario... no viene nadie pero no quiero invadirlo... freno más... ¡fuera de control!




Dolor. Dios, Dios, Dios, que no sea nada, que pueda seguir. Cerca hay unos que han pinchado y unos voluntarios. "¿Estás bien?" "Creo que sí..." Pasa gente y casi se me tragan. "Señalizar la caída" gritan a los voluntarios. Estos por fin reaccionan y apartan mi bici a la acera. Me pongo de pie.Me duele el hombro. "¿Avisamos a la ambulancia?" "no, esperad". Me paso el dedo por la clavícula derecha. Hay un bulto inexistente en la izquierda. Me voy a la acera, y de pronto una nube espesa de puntitos negros se me pone ante la vista. "Oye, casi que sí avisáis". La nube no se va, así que me siento en el suelo con la cabeza entre las rodillas. OK, mejor así. Veo llegar a la Cruz Roja. Son muy amables. Me hablan en una mezcla de castellano y catalán, pero yo lo entiendo bien (lo chapurreo). Me inmovilizan el hombro, me ponen hielo y oxígeno (es el protocolo) y tirando para el hospital de Mataró. De la bici se harán cargo los mossos d'esquadra.

Cada badén es un nuevo dolor. En urgencias para empezar me pinchan un antiinflamatorio en la nalga (y también añade dolor el acto de bajarse el tritraje). Me llevan a rayos, y me tengo que poner en posturas que añaden tal dolor que empiezo a llorar bajito, lo cual obliga a repetir una de las placas, por el agitar de hombros. Me llevan de vuelta al box, pero me quedo sola un buen rato. En el de al lado dan puntos a un chico. Les oigo comentar "tendremos que poner la ortesis a esta señora" y me da la impresión de que han tenido que ir a buscar el Manual. Me empiezo a sentir sola y miserable, y lloro bajito otro buen rato. Por fin acuden, y me ponen una ortesis en ocho para echarme los hombros para atrás. Entretanto, la buena enfermera se ha ocupado de la cuestión de mi vuelta a Calella. En ambulancia no pueden llevarme hasta dentro de tres o cuatro horas. Pero a otro chico accidentado de la carrera (sólo chapa, pintura y una distensión de hombro) le va a venir a buscar su novia, y me pueden llevar. Me animo un poco, y charlo con el chico y otro ciclista, este de montaña, que también se ha hecho una distensión.

Calella está colapsada, con la N-II y varias calles del pueblo cortadas. No hay donde aparcar. A los buenos samaritanos que me han llevado no les importa que me baje y siga andando, me estoy angustiando. Como el tritraje lleva el sujetador incorporado, en el hospital me han regalado la batita de enfermo para que no vaya por la vida en top less; y así, con las zapas de la bici, tapada por esa especie de sábana anudada al cuello y con el dorsal colgando del mismo, recorro las calles. Hay que romper una lanza en favor de la población local: sólo se me quedó mirando fijamente un viejo descarado.

Alcanzo la calle que conduce a la meta, por la que van subiendo triatletas sonrientes entre un público enfervorizado. Y yo paso detrás de la gente, cabizbaja, viendo que yo no estoy ahí. Alcanzo el estadio. Sólo quiero mi bolsa con la ropa de calle, para poder ir al hotel, coger el móvil y llamar a mis amigos para contarles lo ocurrido. A mi espalda oigo "¿Concha? ¿Qué te ha pasado?" y en un santiamén Isa y Marina están abrazadas a mi mientras yo echo el moco, de rabia, de pena, pero sobre todo, de alivio y agradecimiento por haber encontrado a mis dos amigas que me van a cuidar y consolar, y ya alguien va a saber dónde estoy y qué me ha pasado.

Jesús ya entró en meta, y de Carlos y Javi aún no se sabe nada. Marina primero me trae una cervezota (Nutria la alcohólica llevaba meses sin tomar una con alcohol, pero hay momentos en la vida de una mujer...) mientras Isabel me hace una foto con las pintas, y luego Marina me acompaña a por mi bolsa y me ayuda a cambiarme, no sin antes encontrarnos con Seza, que muy solidario, me enseña su clavícula, rota tiempo atrás y con la que asegura se maneja perfectamente. Vaya, pienso, se rompió la clavícula y le ha quedado un bulto raro, pero ha acabado un 1/2 IM, y eso me anima un poco. Encontramos a Jesús, ya cambiado, que también me abraza.




Isabel me acompaña a boxes, donde recogemos mis cosas (ahí estaba mi bici) y enfilamos para el hotel. Por el camino vemos que se ha salido la cadena; como no nos apañamos para ponerla, pedimos ayuda y una chica francesa... no solo casi se la carga, sino que consigue pillarme el dedo con los piñones y la cadena. Sangro un poco, la verdad. Aparece un chico muy guapo y soluciona el tema, y la francesa se va muy digna diciendo que ella ha sido profesional durante 20 años. No digo que no, chata, pero hoy te ha lucido poco. Isa y yo nos alejamos por el paseo, yo con la mano en alto para que deje de sangrar, las dos embadurnadas de grasa. Pastástico.

En el hotel, como puedo me quito algo de la sangre, el sudor, la grasa y la mugre en general. Le doy la llave del coche a Carlos, que resulta que no ha podido hacer el segmento de bici por avería y que se iba a volver en tren, pero en vista del panorama, se tira el rollo como un milord y a pesar de que no le gusta nada conducir, se presta a cascarse los 700 km hasta Madrid. Así, que después de que las chicas me ayudan a vestirme decentemente, nos reunimos todos a la puerta del hotel, abrazo a Javi también, que ha acabado como el campeón que es, y para la capital.

Es cansado. Carlos no ha hecho la bici, pero sí la natación y la carrera a buen ritmo; se le carga un poco el gemelo del acelerador. A las doce llegamos a su barrio y descarga sus cosas, y luego me acerca al barrio de mis padres, y dejamos el coche con mi bici y resto de equipaje en un parking cercano. Él se pilla un taxi; yo consigo, molida y dolorida, meterme en la cama a la una, ya del lunes.

viernes, 1 de mayo de 2009

Interludio náutico

Yo nací en medio de uno de los tórridos veranos madrileños. A los pocos días nos trasladamos a El Escorial, donde siempre he veraneado. Allí pasaba los días vagando y jugando por el monte. No fue hasta los nueve años cuando vi el mar por primera vez, en Cádiz. Todo me conducía a ser lo que luego fui y supongo que soy: ingeniera de montes.

Pero la vida va dando vueltas y nunca sabes por donde te va a salir (y eso está bien), y mira por donde que se me ofrece la posibilidad de embarcarme en un buque oceanográfico para hacer unas evaluaciones de riesgos. Y eso de ver cosas nuevas y hacer cosas distintas me mola. De cabeza me lancé.

El caso es que es un trabajo como otro cualquiera... y no es un trabajo como otro cualquiera. Bueno, hay que especificar que un buque oceanográfico no es un pesquero, por ejemplo, donde lo que prima es la producción, y a ello van encaminados el tiempo y el espacio. Y tu jefe no te presiona para que produzcas más. Así que el ambiente es sensiblemente mejor.

Lo primero que llama la atención al parecer es el esquema, tan jerarquizado pero tan social que se tiene. Me explico. En los demás buques, es frecuente que haya un comedor de oficiales y otro para la marinería. De ahí para arriba, de todo: camarero exclusivo para el capitán, nadie se sienta a la mesa hasta que el viejo no llegue, etc. Aquí no. Aquí, hay un comedor para todos, no hay mesas específicas para cada estamento, sino que cada cual se sienta libremente según sus afinidades (lógicamente tienden a sentarse oficiales por un lado, marineros por otro y científicos por otro). Cada cual coge su bandeja, se sirve, y cuando acaba, echa la basura en los contenedores, pone los platos en la bandeja del lavavajillas y pasa la bayeta si hace falta. Todos. Lo mismo pasa a la hora de limpiar el camarote o bajar la ropa a la lavandería.

Y sin embargo, no he visto ni un pestañeo ni una vacilación ni nada cuando un oficial daba una orden a un marinero. Todo el mundo parecía saber muy bien a lo que estaba y para qué estaba. Verdaderamente, el ambiente de trabajo me pareció muy bueno. Y el nivel cultural medio de toda la tripulación es bastante superior a lo que se ve en las películas; probablemente por ser un buque oceanográfico en el que se ha podido hacer selección de personal, pero desde luego contribuye a que el ambiente sea como es.

El trabajo: pues bastante variado, pese a lo que pueda parecer. No tiene nada que ver lo que se hace en puerto con lo que se hace durante la navegación. Sobre todo, los días anteriores a zarpar el jaleo es infernal, todo el mundo ayudando a la carga y estiba, repasando listas y verificando cosas, etc.

Lo que me ha llamado la atención también es el pequeño mundo independiente que es. Para empezar, las tripas de un barco son algo grande y ahora ya, para mi, menos misterioso. Pañoles, salas de máquinas, talleres, depuradoras, desalinizadoras, generadores, puestos de control... todo ello para que en las cubiertas superiores todo vaya de puta madre y lo mismo se pueda enchufar el microondas que gobernar el buque que verte una peli en el ordenador. ¡Chachi!

Y mi experiencia: todo el mundo me trató fenomenal, colaboraron en todo lo que se les preguntaba o pedía, nos avisaban si iban a hacer alguna maniobra o ejercicio que nos pudiera interesar, y eran de trato enormemente agradable. Desde el primer día el capitán nos dio carta blanca para acceder a todos los espacios del buque que quisiéramos; y en seguida nos puso un marinero (que luego resultó ser un Licenciado en Biología con un par de másters a la espalda) para que nos enseñara todos los rincones y hasta el último pañol. Además, todo el mundo quería enseñarnos su trabajo, y muchos también que les asesoráramos. Una pasada.

La mar nos trató con mucha amabilidad. Si bien el primer día hubo un poco de niebla, el mar estaba como un plato. El segundo día levantó... para que pudiéramos disfrutar del paso del Estrecho. Eso fue lo que más me gustó de todo el tránsito. Para empezar, el Estrecho es de veras estrecho, así que ves con toda nitidez Tánger, Ceuta, Tarifa, el Peñón... con una navegación nada monótona, porque obviamente, se congregan ahí infinidad de buques, y ves pasar por ejemplo, el ferri Algeciras - Ceuta a toda castaña. Y lo mejor: la fauna. Todo bicho que quiera pasar del Atlántico a Mediterráneo o viceversa es obvio por donde tiene que pasar. Así que vimos bastantes calderones, no pocos delfines y hasta alguna ballena resoplando. Por si fuera poco, nos estacionamos en varios puntos para tomar muestras, y asistimos al proceso; bestial.

Como nota chusca, eso sí (con la Nutria siempre la hay) diré que el domingo hubo de desayuno chocolate con churros; a mi me vuelve loca el chocolatito y tal, pero como estoy en plan cuidarme, me sobrepuse heroicamente y tome muesli con leche desnata y dos kiwis, qué modosita, ¿eh?. Luego empezó a ponerse el mar de través por proa, y el buque dio en cabecear ostensiblemente, y la astuta Nutria no obstante empezó a cacharrear con un ordenador... con el resultado de que el jodío muesli y toda la pesca salió al poco rato por la borda, cagüenlamar (nunca mejor dicho), con lo que habrían agradecido unos pocos churritos los peces... y la Tía Nutria.

Pues eso fue malo, porque estuvo así todo el día; lo cual que a partir de la despedida del desayuno, yo no me atreví a ingerir nada más en el resto de la jornada, y como la tarde anterior había cogido un poco de frío y pasé toda una jornada sin hidratarme ni alimentarme, ahora mientras escribo estas líneas tengo las vías respiratorias altas anegadas en perniciosísimos mocos y la garganta como papel de lija del 7.

No obstante este pequeño contratiempo me ha encantado la experiencia y estoy deseando repetirla.