jueves, 20 de septiembre de 2007

¿Hay que ser joven?


A mi madre

Tengo 44 años. Uno de estos días me acordaré de poner una foto mía, a ver si puede ser más o menos actual, y entonces el posible lector diría, ni de coña, esa es de hace unos diez años. Es cierto que no los represento, y la gente me lo dice a veces como un cumplido.

Supongo que lo es. Pero no estoy de acuerdo con esa visión.

Durante la inmensa mayoría del tiempo que el género Homo ha estado dando por saco en este planeta, llegar a la edad que yo tengo era todo un logro. La gente aspiraba realmente a cumplir cuarenta años, benditos sean los dioses, ya he cumplido treinta y cinco... y ahora se escucha justo lo contrario.

Cuando uno era joven (digamos hasta los veintipocos), en todo ese largo período, bueno, era algo más ágil, tenía mayor potencia sexual tal vez, y quizá más fuerza y resistencia. Quizá. Sí, era la plenitud de la vida... en el aspecto físico. Pero luego se entraba en el Consejo de Ancianos, aspiración legítima de todo jovenzuelo. Ahí estaba la sabiduría y la experiencia. Ahí estaban los que sabían distinguir las pisadas de un depredador de los ruidos de fondo del bosque; los que sabían donde encontrar agua en verano; los que ya encendían fuego a la primera. Y así continuó siendo incluso ya entrados en la historia. Hasta principios del siglo XX, la literatura ensalzaba las glorias de la juventud, pero también valoraba mucho la experiencia de la madurez. Resumiendo, está bien ser joven, pero también está bien ser maduro y ser viejo.

Pero llega la segunda mitad del siglo XX, el crecimiento económico y demográfico tras la guerra en el mundo occidental, y algún avispado repara en que la pirámide de población está ensanchando considerablemente por su base... ¡albricias! ¡Menudo mercado potencial: los jóvenes, que son muchos y ahora tienen mayor poder adquisitivo! Y entonces, la publicidad se dirige mayoritariamente a ellos, dorándoles la píldora: Qué grande es ser joven. Y de ahí se pasó a ensalzar la juventud, no por los evidentes valores y ventajas que conlleva (vigor físico, entusiasmo, ilusión, etc.) sino en sí misma. El simple hecho de ser joven es un valor, ahora, y la vejez es un defecto en nuestra sociedad. :-?

Antes, las mujeres maduras ocultaban su edad sólo porque haber superado la edad fértil las hacía, como es normal en una población con una mortalidad infantil alta, menos deseables; ahora lo ocultan por el simple hecho de que a la gente le da vergüenza ser viejo.

¿Que si me gustaría tener otra vez 25 años? Por Dios, denme sólo el cuerpo, y eso que el mío no está nada mal; pero por favor, déjenme ni alma actual, y dejen que vaya evolucionando, junto con mi cuerpo, a lo largo de las sucesivas etapas de la vida con su correspondiente sabor; y cuando tenga setenta y cinco años, si quieren hacerme un cumplido, háganme un favor: llámenme vieja con la admiración y el respeto de los que pueda haberme hecho merecedora por entonces.

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